La alianza matrimonial , por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados. (CIC, 1055 §1).
«El mismo Dios es autor del matrimonio». La íntima comunidad conyugal entre el hombre y la mujer es sagrada, y está estructura con leyes propias establecidas por el Creador que no dependen del arbitrio humano.
El amor mutuo entre los esposos «se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre . Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (Gn 1, 31). Y este amor es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. Y los bendijo Dios y les dijo: “ Sed fecundos y multiplicaos , y llenad la tierra y sometedla” (Gn 1, 28)» (Catecismo, 1604).
Jesucristo no sólo restablece el orden original del Matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo ama a la Iglesia” (Ef 5, 25)»
Entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento. (CIC, 1055 §2).
El matrimonio nace del consentimiento personal e irrevocable de los esposos (cfr. Catecismo, 1626). «El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio» (CIC, 1057 §2).
La Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio» (Catecismo, 1631).